La sexualidad –tanto masculina como femenina- está rodeada de ideas preconcebidas y prejuicios. En pleno siglo XXI, son todavía muchas las personas que siguen creyendo a pies juntillas en viejos estigmas que no hacen más que condicionar su experiencia íntima. La relación entre el tamaño de los genitales y el nivel de placer, la especialización de las prácticas en función de las inclinaciones sexuales de la persona o los roles de cada miembro de la pareja en el sexo son algunos de los tabúes más extendidos en la actualidad.
Por mucho que los sexólogos se esfuercen, no conseguimos tampoco sacudirnos la creencia de que la masturbación es algo oscuro, vergonzoso y hasta reprobable. Pocos son los hombres que se aventuran a hablar de sus experiencias de autoexploración más allá de un contexto amistoso y menos todavía las mujeres que reconocen abiertamente que se masturban. En general, el placer en solitario tiene la extraña capacidad de sacarnos los colores.
Esta sana actividad sexual, recomendable para el conocimiento del propio cuerpo y el descubrimiento de los resortes erógenos de cada uno tiene, de todas formas, una cara “b”. Los detractores de la masturbación y los moralistas más conservadores se frotarán las manos ante dicha perspectiva. Sin embargo –y antes de entrar en materia-, hay que puntualizar que sus consecuencias negativas no dependen tanto de la práctica en sí como del procedimiento utilizado. Investigaciones recientes apuntan a que la masturbación puede jugar un papel esencial en el desarrollo posterior de la eyaculación precoz, uno de los problemas sexuales masculinos más comunes a nivel mundial.
Se estima que en España alrededor de un 30% de los hombres sexualmente activos sufre o puede llegar a sufrir dificultades a la hora de controlar su excitación. En general, se produce cuando el orgasmo llega en menos de dos minutos después de haberse iniciado la penetración. Sus causas son de lo más diverso y van desde factores de tipo psicológico (depresión, ansiedad, falta de confianza, estrés) a otros de orden físico (alteraciones neuronales, defectos congénitos). Entre todos ellos destaca, por su frecuencia, los patrones marcados por la masturbación juvenil.
Son muchos los adolescentes que descubren la sexualidad a través de su propio cuerpo. Sus primeras tomas de contacto con la genitalidad se traduce en la exploración de su anatomía. En sesiones furtivas, muchos jóvenes se inician a solas en el sexo. La errónea percepción negativa de las mismas hace que la forma en que se desarrollan no sea precisamente la más aconsejable. El ritmo de estimulación suele ser muy elevado, intentando llegar al orgasmo lo antes posible para evitar ser sorprendido in fraganti. Dicha cadencia casi frenética es interiorizada por el masturbador, que en el futuro tenderá a asociar los tiempos marcados con la reacción física desencadenada. De ahí que en su madurez sexual puede que tenga problemas a la hora de controlar la progresión de su excitación durante el coito. Puede que la más leve estimulación o contacto preliminar le lleve a una eyaculación demasiado rápida. Y es que en el sexo la precocidad, al contrario que en la educación, no siempre es buena…
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